Más allá de la esperanza
Hace un par de semanas tuve una conversación que me aclaró, de forma un tanto dolorosa, cuál es mi sitio. No fue nada terrible, pero había esperanzas de algo diferente. No expectativas, pero sí esperanzas... ¿Que son lo mismo? No, no lo son, para nada. La expectativa tiende a ser algo más realista, o no. Pero al menos se basa en premisas que pretenden ser realistas. Es algo que construyes partiendo del análisis de una situación, intentando anticipar cierto desarrollo o resultados. Por ejemplo, si trabajas duro y ganas dinero, tienes expectativas de ser rico algún día. La esperanza, sin embargo, es algo más ingenuo, en lo que pones menos de tu parte. Es un estado de ánimo con un anhelo final más que una meta. Por ejemplo, si juegas a la lotería, tienes esperanzas de ser rico algún día.
La esperanza es algo que requiere menos. De hecho, que no te quede nada más (la esperanza es lo último que se pierde) o que estés lo suficientemente bloqueado o ciego -en sentido figurado- para no ver más allá de tus narices. No en vano, es una de las tres virtudes teologales del Cristianismo: Fe, Esperanza y Caridad. Es decir, cree todo lo que te decimos, espera a ver lo que tu dios decide para ti y danos tus migajas para que las repartamos. Es solo un ejemplo, no me apetece hoy meterme con la Iglesia en esta entrada.
Pero una semana después de aquello, una dura semana, tuve otra conversación que me ha dado qué pensar. Me ha enseñado que no tener esas esperanzas que tenía no es malo. Al contrario, es liberador. Es terrible no tener esperanza, cuesta más ser feliz, pero a la vez te libera, con lo que eres más feliz. Paradójico, ¿no? Son distintos tipos de felicidad y yo me quedo con la segunda. La esperanza narcotiza la voluntad. Deja las cosas en manos del azar, de otras personas o de un dios. Te mantiene al margen de los acontecimientos, tan solo imaginando qué es lo que puede venir y deseando que sea lo mejor posible, o no demasiado malo al menos.
Tiendo a ser una persona flexible, que me gusta hacer las cosas fáciles para los demás, exigir poco. Tiendo a no saber lo que quiero y a preocuparme por lo que quieren otros. Tiendo a tener esperanza en que las cosas salgan de una determinada forma, y si no salen me adapto. Tiendo a adaptarme al mundo. A partir de ahora quiero hacer un esfuerzo por hacer lo contrario, por buscar lo que realmente quiero, aunque me cueste una vida descubrirlo. Quiero pensar más en mí y ver qué emociones tengo dentro, porque presto a mis emociones menos atención que a mis pensamientos, menos de la que debería. Quiero seguir mi rumbo hasta que encuentre alguien que vaya a la par, más que intentar ponerme a la par de alguien. Quiero hacer que el mundo tienda a adaptarse a mí. Si quiero algo, lo quiero todo, lo quiero ahora; voy y lo cojo.
La esperanza es algo que requiere menos. De hecho, que no te quede nada más (la esperanza es lo último que se pierde) o que estés lo suficientemente bloqueado o ciego -en sentido figurado- para no ver más allá de tus narices. No en vano, es una de las tres virtudes teologales del Cristianismo: Fe, Esperanza y Caridad. Es decir, cree todo lo que te decimos, espera a ver lo que tu dios decide para ti y danos tus migajas para que las repartamos. Es solo un ejemplo, no me apetece hoy meterme con la Iglesia en esta entrada.
Pero una semana después de aquello, una dura semana, tuve otra conversación que me ha dado qué pensar. Me ha enseñado que no tener esas esperanzas que tenía no es malo. Al contrario, es liberador. Es terrible no tener esperanza, cuesta más ser feliz, pero a la vez te libera, con lo que eres más feliz. Paradójico, ¿no? Son distintos tipos de felicidad y yo me quedo con la segunda. La esperanza narcotiza la voluntad. Deja las cosas en manos del azar, de otras personas o de un dios. Te mantiene al margen de los acontecimientos, tan solo imaginando qué es lo que puede venir y deseando que sea lo mejor posible, o no demasiado malo al menos.
Tiendo a ser una persona flexible, que me gusta hacer las cosas fáciles para los demás, exigir poco. Tiendo a no saber lo que quiero y a preocuparme por lo que quieren otros. Tiendo a tener esperanza en que las cosas salgan de una determinada forma, y si no salen me adapto. Tiendo a adaptarme al mundo. A partir de ahora quiero hacer un esfuerzo por hacer lo contrario, por buscar lo que realmente quiero, aunque me cueste una vida descubrirlo. Quiero pensar más en mí y ver qué emociones tengo dentro, porque presto a mis emociones menos atención que a mis pensamientos, menos de la que debería. Quiero seguir mi rumbo hasta que encuentre alguien que vaya a la par, más que intentar ponerme a la par de alguien. Quiero hacer que el mundo tienda a adaptarse a mí. Si quiero algo, lo quiero todo, lo quiero ahora; voy y lo cojo.
2 comentarios:
Hola Rafa!!cuánto tiempo!es curioso nunca me había planteado esto que comentas de la esperanza y las expectativas pero tienes toda la razón y a mí me pasa algo parecido a tí, aunque creo que a mí me va a costar mucho darle la vuelta a la tortilla y hacer que el mundo se adapte a mí, se podría decir que tengo miedo a las consecuencias que eso tenga, pero lo intentaré, y buen no pasa nada si no le caigo bien a todo el mundo, no?un beso y recuerdos
Hola Laura, bombón. Tampoco va a ser fácil para mí, pero lo primero que hace falta es saber lo que uno quiere. Y yo sé lo que no quiero, pero no lo que quiero. Como digo, igual me lleva una vida descubrirlo, pero en eso estamos. Besos y gracias por visitar de vez en cuando :-)
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